Real Cofradía Sacramental de Santa María Magdalena de Sevilla




La Inmaculada Concepción


Jose Roda Peña

El Capitán Miguel Beltrán de Benavides, avecindado en la collación de Santa María Magdalena de Sevilla en unas casas de su morada situadas frente al Colegio del Santo Ángel, otorgó testamento el 31 de marzo de 1677 ante el escribano público Martín de Andújar Alarcón, en el que refrendaba todas las cláusulas de un codicilo anterior firmado el 10 de agosto de 1676. Allí declaraba que “quando vine de la Nueva España traxe por mi amparo una santa ymaxen de la Concepción Santísima de Nuestra Señora de talla, que di a la Hermandad del Santísimo Sacramento de la Parrochia de Santa María Magdalena, en ocasión que se estava disponiendo Capilla para trasladar el Santísimo Sacramento, y en el retablo nuebo de dicha Capilla se colocó su Majestad con la traslación del Señor por el mes de julio del año pasado de mill y seiscientos y sesenta y nuebe, estando al cuidado del Contador Antonio del Castillo (por su devoción) la reparazión de la Capilla y el retablo que se hizo nuebo y la traslación que se hizo con la desenzia y el ornato posible. Y en reconocimiento de las mercedes que he recibido de Nuestra Señora por su intercesión, quiero y es mi voluntad, que perpetuamente, cada año, en el día de su Concepción Santísima, a ocho de Diciembre, se le haga su Fiesta, dando principio desde la víspera, puesta la Santa Imagen en la Capilla Mayor, en las andas; para lo cual tiene Nuestra Señora parihuela, urna y faldones de seda que llaman sarga de plata y azul; llevan la Imagen sacerdotes y las procesiones se hacen como las del mes del Santísimo, con asistencia de los Señores Alcaldes, y la Hermandad”.

Este largo testimonio nos revela la indudable procedencia mexicana de la imagen y su donación a la Hermandad Sacramental de Santa María Magdalena en 1669 por parte del aludido Capitán, quien además le dotó una Fiesta anual, cada 8 de diciembre, cuando la talla era portada en andas por sacerdotes. A través del citado testamento, se constata que el Capitán Miguel Beltrán de Benavides era oriundo del pueblecito logroñés de Morillo de Ríobeso, perteneciente al Obispado de Calahorra. Hijo legítimo de Miguel Beltrán y de María Macera, contrajo matrimonio con Dª Francisca de Aguilar, de quien tuvo dos hijos que no le sobrevivieron; también fue padre de una hija ilegítima, llamada María Micaela, que profesaba como monja en el Convento de Nuestra Señora de la Paz.


Miguel Beltrán de Benavides ingresó en la Hermandad Sacramental de la Magdalena el Jueves Santo de 1655. Tras su estancia en el virreinato de Nueva España, se encuentra de vuelta en Sevilla en 1664, trayendo consigo la efigie de la Purísima, escultura en madera policromada de 72 cms. de altura, que regaló cinco años después a la citada corporación eucarística, en cuyo seno llegaría a desempeñar el cargo de Alcalde entre 1672 y 1674.

Aparte de la imagen de la Inmaculada, el Capitán Beltrán dejó a la Sacramental de la Magdalena una suma de 100 ducados, suplicando que se aplicara por su alma una misa cantada con su vigilia. Entre otras muchas mandas y legados, destacan los seis candeleros de plata con un peso de 18 marcos que ofrendó al Convento dominico de San Pablo, así como los 300 ducados destinados a la obra de la Colegial del Salvador. Miguel Beltrán de Benavides murió a las seis de la tarde del día 2 de abril de 1677. A través de su inventario de bienes, formado por su albacea y heredero universal D. Nicolás Bucareli el 29 de abril de dicho año, puede tenerse cabal idea del alto nivel de vida del que disfruto, a tenor del valioso mobiliario de su vivienda y de la nutrida colección pictórica que poseía, por cierto encabezada por “un cuadrito de nuestra señora de la Conzepción de Indias”.

Tras la entronización de la Hermandad Sacramental de la Magdalena en el exconvento de San Pablo, la referida escultura de la Inmaculada se colocó, en principio, en el retablo de las Ánimas Benditas del Purgatorio, situado en el lado del Evangelio del templo, para ocupar después, a partir de los años sesenta del pasado siglo XX, el interior del manifestador del retablo mayor parroquial.


La efigie mariana se yergue con acusada verticalidad sobre una peana de nubes tachonada por cuatro cabezas angélicas, de la que sobresalen las apocalípticas puntas selénicas en cuarto creciente. Bajo los pliegues de la túnica, adornada con ramos florales, se asoman los pies calzados de la Virgen. Un ampuloso manto de quebradizos y artificiosos pliegues envuelve la figura, terciándose en diagonal por el frente, y constituyendo la nota más barroquista del conjunto. Los colores de ambas prendas son los que se imponen en esta iconografía a partir de la visión del jesuita Martín Alberro y de la franciscana Santa Beatriz de Silva: el azul para el manto y el blanco para la túnica, que en este caso presenta unas amplísimas mangas terminadas en pico. La Inmaculada gira su rostro juvenil hacia la diestra, mientras que sus manos, unidas por las yemas de los dedos, se dirigen hacia el lado contrario. Sobre su cabeza luce una corona de plata sobredorada, fechable a fines del siglo XVII, al tiempo que una ráfaga decimonónica de plata rodea su cuerpo. Buena parte de su estofado ha sido añadido en el curso de la restauración que se le practicó a la imagen en 1992 por parte de José Rodríguez Rivero-Carrera.

Tan hermosa escultura ha figurado en varias Exposiciones. Por ejemplo, la que se celebró en diciembre de 1954 en el Palacio Arzobispal para clausurar dicho Año Mariano; o la que tuvo lugar en el Salón Colón del Ayuntamiento en vísperas de la festividad del Corpus de 1962, organizada por el Consejo General de Hermandades y Cofradías. La más reciente, entre el 15 de octubre y el 15 de noviembre de 1999, que bajo el título de “Signos de Evangelización: Sevilla y las Hermandades en Hispanoamérica”, tuvo su sede en el Archivo General de Indias con motivo del I Congreso Internacional de Hermandades y Religiosidad popular.